Alabama Shakes - Sound & Color (2015)

Alabama Shakes - Sound & Color
En su debut de 2012, Boys & girls, Alabama Shakes acuñaron una caliente mezcla retro de soul sureño negro y rock & roll blanco que funcionó. Fue el tipo de álbum vintage que podía gustar a los chicos de la universidad y a sus abuelos (los que compren discos), y los convirtió en un caso raro de éxito entre las nuevas bandas de guitarras en la era del streaming.

Ceñirse a esa fórmula hubiera sido tentador, pero Sound & Color muestra que este grupo aspira a ser mucho más que las caras en un póster de rock de raíces. Este álbum es más extraño, más fiero, más sexy que su debut en casi cada apartado. Sí, la cantante y guitarrista Brittany Howard todavía se marca sus inflexiones de R&B clásico, esos gritos y gemidos que llegan al alma; el guitarrista Heath Fogg todavía recuerda a la mano derecha de Al Green, Teenie Hodges, y al pilar de la Stax Steve Cropper. Pero son piedras de toque transformadas por una producción como de dispensario de cannabis.

La canción titular arranca el álbum con una declaración de intenciones. Notas de vibráfono flotan en una profunda reverberación, que sugiere un clásico inicio soul a fuego lento al estilo del Try a little tenderness de Otis Redding. Pero todo son preliminares: la voz de Howard entra por capas, estableciendo un salón de espejos, un juego de llamada y respuesta mientras las cuerdas discordantes remolcan la melodía y los toques electrónicos parpadean como el neón de un viejo bar.

A menudo hay una firme línea divisoria entre los estilos vocales de R&B moderno y lo que vino antes de ellos –sea Sam Cooke o Trey Songz–. Es genial escuchar cómo Howard ignora esas reglas. Sus vocales estiradas te llevan en un viaje de soul espacial en Gemini y se multiplican en las armonías de Over my head. Howard fuerza su voz en las canciones old-school, también: en el single Don’t wanna fight (de sonido Stax) o en el divertido reggae de Guess who. Y si echas en falta más rock, escucharle detonar la demanda de Gimme all your love –cantar se queda poca cosa como palabra– debería rivalizar con las experiencias musicales más vibrantes que tengas en 2015.

Las guitarras de Fogg y Howard se mantienen en plan minimalista, al servicio de las canciones, pero su paleta se ha enriquecido. Parte del crédito corresponde al productor Blake Mills, un guitarrista con magistral dominio tonal que es uno de los mejores mediadores entre el rock vintage y el moderno (puedes oír su trabajo en discos de Fiona Apple o Conor Oberst). El teclista de gira Ben Tanner adquiere un nuevo protagonismo al órgano y los sintetizadores; y el arreglista Rob Moose continúa mostrándose como la reencarnación en 2015 de Paul Buckmaster, colaborador de David Bowie y Elton John.

Las letras de Howard tienden a evitar hablar de asuntos concretos, y en ocasiones dan la impresión de ser decepcionantemente vagas. Pero el dolor, la frustración, el hambre, el asombro y la dicha en el huracán idiosincrásico de su voz –magnificada por una música de nueva imaginación y detalle– sobresalen de manera más clara que nunca.

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